Mi historia: un recorrido que enlaza profesión y pasión
Comunicación, vocación
Me llamo Anna y desde pequeña he sido una apasionada de las lenguas. Mis padres tenían una casa rural donde de pequeña jugaba con los hijos de las familias de franceses que venían a pasar sus vacaciones en aquel “pequeño paraíso rural”. Yo no hablaba francés, pero nos entendíamos jugando. Mis primeros recuerdos significativos de aquella época de infancia son de yo misma cogiendo el ordenador portátil de mi padre en la recepción de la casa. Abría un Word y escribía una lista las palabras que aprendía (cochon…). Mis padres, muy avispados, me enviaban a preguntarles a las familias: “à quelle heure vous voulez la paella?”. Yo no sabía cómo se escribía eso, pero lo decía, y me entendían. Los nervios del inicio eran compensados por la ilusión que generaba la recompensa que suponía recibir una respuesta que ligaba con lo que les había preguntado. Todavía visualizo perfectamente el día en que, a los 9 años, entré en la cocina de la casa de huéspedes y les dije a mis padres: “papá, mamá, quiero aprender francés”.
En ese momento cambiaría mi vida para siempre o, mejor dicho, y dada mi corta edad, tomaría un rumbo que sería determinante en todo lo que vendría más tarde. Mi profesora de francés, Annie, logró hacer que amara el francés. En la escuela, en clase de inglés, solían preguntarnos ““Which are your favourite hobbies?”, y la gente solía responder: el futbol, el baile… El mío era aprender francés.
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Mi “Treball de recerca” de bachillerato, mediante el cual me propuse crear un método para enseñar francés a niños de manera vivencial y exclusivamente oral, me hizo entender la importancia de la educación y de la figura del docente.
Comunicación, educación
Comunicación, conocimiento
Más tarde, cuando dudaba entre estudiar lenguas o derecho, decidí dejar intacta mi pasión por el francés y no pasarla por el filtro del sistema universitario. Me guié por el instinto de que me interesaría esta disciplina, mezclado con el idealismo que siempre me ha caracterizado. Asociaba los estudios de derecho con la idea de justicia, y con ella, la de cambiar el mundo. Durante mis años de instituto me movilizaban las injusticias que veía en la televisión e incluso en mi entorno más cercano. Y es que, el hecho de que alguna cosa nos mueva interiormente, es ya, creo, un indicio de motivación para aquello. Pensando en posibles soluciones, me dije que primero era necesario conocer el sistema para intentar mejorarlo.
Estudiar derecho fue, después de elegir aprender francés a los 9 años, la mejor decisión que he tomado en mi vida. Pude darme cuenta de la importancia y de la omnipresencia del derecho en el día a día y con ella, de su utilidad. Es por ello que me sorprendía, y a la vez me frustraba, pensar que la mayor parte de la población, que no estaba entre esa privilegiada clase de estudiantes universitarios, no conocía todo aquello que, sin embargo, regía e influenciaba todo su comportamiento en sociedad.
Comunicación, sensibilización
Comunicación, comprensión
Es con los aprendizajes de este prematuro pero determinante recorrido que, cuando tuve que elegir hacia dónde iba “laboralmente”, me decidí por la docencia, porque consideré que eso era lo que más se acercaba a mi primaria ilusión: cambiar el mundo. Un juez toma decisiones, un abogado defiende a las partes, un político hace leyes… pero el profesor es aquel que previamente ha formado a todos estos futuros profesionales.
Con una vocación por la pedagogía, una curiosidad científica para entender las causas y los porqués de fenómenos sociales y la convicción de que las soluciones deben abordar el conflicto desde su origen, estoy haciendo actualmente una tesis doctoral. Me dedico a investigar un tema que, por estar enraizado en mi experiencia y formar parte de un proyecto vital prospectivo más global, se ha convertido en mi propia causa.
Con el tiempo me he dado cuenta de que todas estas humanas ambiciones pueden combinarse conjuntamente, sin estar separadas en secciones y que todas mis experiencias tienen en común un vaso comunicante esencial: la comunicación. Una comunicación vivencial, significativa y cotidiana, en la que nos impliquemos con todos los sentidos y a todos los niveles es, por tanto, “holística”. De esta manera es una comunicación viva, porque transmite nuestro ser más vital. Creo que ahí radica el secreto para persuadir y concienciar, base para promover acciones constructivas hacia una sociedad mejor.
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